La dama de la Lluvia

(para Ali)

A veces, extendía sus manos
con las palmas hacia arriba,
evaporando su sonrisa en el aire
y recogía en los cuencos de ellas,
hilitos de lluvia que llevaba a su cara.
Otras, tan solo se acercaba
–tenuemente-
al empañado cristal de la ventana,
mientras su mirada se diluía
en las gotas posadas sobre las hojas,
o en aquél colibrí –pardo como el día-
que se bañaba ajeno a todo en el alero.

Mujer de agua, Dama de la lluvia,
imaginaba un mundo de vida
en las transparencias húmedas
que absorbían los colores, y daban,
vida propia a sus ensueños.

Un día, se mimetizó con el rocío
acurrucándose entre los pétalos
de una extraña y vivaz rosa,
y allí espera a su amado, cada día,
para que en vuelo, llegando del alero,
le robe de a uno, sus interminables besos.

Julio A. Expósito
04/12/09

Tengo cierta predilección por los días de lluvia.
Gracias, colibrí, entrañable amigo español, poeta loco de versos exquisitos


LA ULTIMA ESTACION

Llueve ... a lo lejos el ulular de una sirena rompe la monotonía de las gotas que caen impasibles, ajenas a todo que no sea su inveterada misión, la de hacerme soñar con lugares lejanos

Quisiera emprender un viaje sin equipaje, nada de lo que pudiera llevar sería imprescindible, sólo pondría en mi maleta un boleto de ida y los versos de una vieja canción.
No miraría hacia atrás, me dejaría llevar por el capricho de los vientos, como esas pequeñas pelusas de los cardos que van y vienen al antojo de la brisa. Debe haber en el mundo un lugar donde llegar, un lugar que sea la última estación.

La vida se compone de “estaciones”, la estación de la niñez está llena de trenes de colores, juegos e inocencia que parten raudos en rieles brillantes hacia la próxima, donde esperan los sueños, las ilusiones y esperanzas. A veces, el tren sube empinadas cuestas, otras, se desliza veloz entre valles frescos y floridos.

En cada parada, furtivamente, baja uno de sus pasajeros, así fueron quedando en el camino las ilusiones, los sueños y esperanzas han pagado su boleto con mucho sacrificio, y se resisten a abandonar el tren. Seguirán acompañando al cansado maquinista, dándole fuerzas para llegar a la última estación.
Tal vez... allí no haya nada, o quizás encuentren la olla de oro del final del arco iris, eso sólo lo sabrán cuando lleguen



El Pasajero...


Llueve... el cielo de un gris plomizo
desgrana en gotas como perlas,
lágrimas de alguna nube viajera.

“El” apenas nota la lluvia...

Camina sin rumbo a lo largo del andén,
envuelto en la niebla y el humo
de los trenes que llegan y parten,
en letanía indiferente.

No lleva equipaje, sólo acompaña su vagar incierto
la última carta que escribió a su amada,
y el raro perfume que quedó en el sobre al serle devuelta.

Se sube a un tren, sin mirar su destino,
en el vidrio empañado,
escribe el nombre de aquella que un día
llenaba sus horas.

...y cierra los ojos condenado a los recuerdos,
a las dudas y preguntas,
¿cómo hago para seguir viviendo, cómo hago
para no extrañarla?

La lluvia en el vidrio le da la respuesta,
una a una las letras del nombre se alargan y caen,
resuenan como un grito en una noche de silencio,
o como una pena en un corazón vacío.

Ya nada es igual, no tendrá su risa ni sus manos tibias,
dolores de ausencias, amores perdidos...

¿cómo haré mañana para seguir viviendo?


He vuelto...


Una larga ausencia, pero he vuelto en lo que soy, en palabras, en algunos sueños locos...


pero, ¿quién dijo que no se puede soñar?