El colibrí
Desde hace un tiempo he tomado la costumbre de lanzar, desde mi ventana, esporádicas miradas hacia un lugar cubierto de árboles añosos y pequeños claros donde por ese don de la naturaleza tan generosa, crecen miles de flores en una policromía de colores, perfumes y tamaños.
Una mañana, en esa hora de los violetas y rosados que nos regala el amanecer, una pequeña figura pasó rauda y se posó en uno de los juncos cimbreantes y quedó ahí, sin que mi tiempo alcanzara para descifrar de qué se trataba ese pequeño misterio.
Durante días, mi curiosidad y mi tiempo no acertaban a ponerse de acuerdo para, de una vez por todas, saber qué era ese pequeño ser que se escondía en la penumbra del parque.
Entonces decidí esperar y esperé el primer rayo de sol... ese día descubrí que era un colibrí, que bañaba su plumaje en las gotas de rocío que la noche dejaba entre las flores.
Me sorprendió la belleza de sus colores, el brillo intenso que la luz marcaba nítidamente, quedó inmóvil un segundo, luego levantó vuelo, quizás para que supiera que él también había esperado.
Creo que las personas se parecen a ese colibrí, pueden estar en penumbras hasta que alguien descubre su brillo.
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