La lluvia mansa presagiaba el fin del verano.
Desde hace unos días los nubarrones corrían enloquecidos por el pedacito de cielo con marco blanco.
Cerró los ojos y se sintió flotar, siempre a esa hora la calma llegaba como un bálsamo; nada esperaba más que ese momento, la primera hora de un rosario de días manoseados como letanías interminables.
Su mirada recorrió el espacio frente a ella y su corazón dio un vuelco, pero no... él estaba ahí, como siempre. Su melena rubia se movía con la brisa cálida y las gotas de llovizna tapaban sus ojos de un color indefinido y con el brillo que da el cariño... y le sonrió.
Todos los días, a la misma hora, el perro esperaba su saludo, luego, con un revoleo de cola empezaba su jornada con un trotecito corto... se desperezaba y con sus ladridos despertaba al barrio. En realidad, nunca sabe dónde va, pero ¡cómo envidia su libertad!!. Una mañana, el sol hizo brillar en su melena luces de colores y supo que era primavera en su pueblo. La brillantina de algún estudiante le quedó prendida haciendo un juego de estrellas intermitentes. Las hojas del otoño forman el mullido colchón donde descansa, porque las estaciones pasan a través de su figura.
La anciana mira el perro y piensa en su vida, una secuencia de imágenes desfila por su mente, colores de veranos soleados y fiestas de carnaval, de abriles luminosos y procesiones detrás de la Virgen Fundadora, de alegrías juveniles y nostalgias de ancianidad. Los recuerdos fluyen y se enroscan como serpentinas en las ruedas de las carrozas, junto con el bullicio y el sonido estridente del nuevo día. El pueblo crece y ella va avanzando con el, la madurez de uno se acopla a la otra.
Porque hubieron otros días en dónde las ilusiones estaban vivas; corrían en su sangre, en dónde la palabra soledad no tenía cabida, porque nadie piensa en más allá cuando es feliz.
Su amigo ha vuelto... por hoy no está sola, la cabalgata de horas interminables tiene el color de la esperanza de que mañana y todos los días, su melena brille al sol primaveral.
Desde hace unos días los nubarrones corrían enloquecidos por el pedacito de cielo con marco blanco.
Cerró los ojos y se sintió flotar, siempre a esa hora la calma llegaba como un bálsamo; nada esperaba más que ese momento, la primera hora de un rosario de días manoseados como letanías interminables.
Su mirada recorrió el espacio frente a ella y su corazón dio un vuelco, pero no... él estaba ahí, como siempre. Su melena rubia se movía con la brisa cálida y las gotas de llovizna tapaban sus ojos de un color indefinido y con el brillo que da el cariño... y le sonrió.
Todos los días, a la misma hora, el perro esperaba su saludo, luego, con un revoleo de cola empezaba su jornada con un trotecito corto... se desperezaba y con sus ladridos despertaba al barrio. En realidad, nunca sabe dónde va, pero ¡cómo envidia su libertad!!. Una mañana, el sol hizo brillar en su melena luces de colores y supo que era primavera en su pueblo. La brillantina de algún estudiante le quedó prendida haciendo un juego de estrellas intermitentes. Las hojas del otoño forman el mullido colchón donde descansa, porque las estaciones pasan a través de su figura.
La anciana mira el perro y piensa en su vida, una secuencia de imágenes desfila por su mente, colores de veranos soleados y fiestas de carnaval, de abriles luminosos y procesiones detrás de la Virgen Fundadora, de alegrías juveniles y nostalgias de ancianidad. Los recuerdos fluyen y se enroscan como serpentinas en las ruedas de las carrozas, junto con el bullicio y el sonido estridente del nuevo día. El pueblo crece y ella va avanzando con el, la madurez de uno se acopla a la otra.
Porque hubieron otros días en dónde las ilusiones estaban vivas; corrían en su sangre, en dónde la palabra soledad no tenía cabida, porque nadie piensa en más allá cuando es feliz.
Su amigo ha vuelto... por hoy no está sola, la cabalgata de horas interminables tiene el color de la esperanza de que mañana y todos los días, su melena brille al sol primaveral.
1 comentarios:
este siempre me hace llorar
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