"a veces en mis ratos de soledad, convoco a la palabra
y la hago danzar a mi voluntad, pudiendo hacer que sea tan rápida
como el pestaneo de un ojo
o tan lenta como un recuerdo que se desvanece"
Como siempre hay una primera vez para todo, recuerdo mi primera vez de ir a la escuela. Cuando yo era niña entrábamos directamente a primero, sin preparación previa, o sea “a la cancha y arréglate como puedas”. Ese día mi mamá me llevó de punto en blanco y me dejó en la puerta de la escuela con mi cuaderno nuevo, mi lápiz nuevo y con la expectativa de todo lo nuevo que iba a vivir desde ese momento memorable.
Supongo que me sentía un poco nerviosa, pero de lo que estoy segura es que no tenía miedo.
Estaban todos los chiquilines del barrio que teníamos la misma edad, recuerdo a uno que había logrado que sus “pelos pinchos” quedaran planchados -por lo menos hasta media clase- porque a la hora del recreo ya terminó toda la etiqueta. A Alicia, tan rubia, tan bonita que parecía sacada de un cuento de hadas, qué será de su vida? Dónde estará?
Fotos no me sacaron porque en ese tiempo no se usaba, y la maestra nos dio la bienvenida con esa ternura que tienen las maestras... hasta que nos conocen.
Yo tenía cierta predilección por “ las tablas”, o sea me encantaba recitar y todas esas cosas en el escenario del salón de actos, y la maestra se dio cuenta a los pocos días de clase, y desde ahí que, recitado que se necesitaba para algún acto... quién lo decía?... si, yo!. Claro que después que toda la familia lo había aprendido de memoria de tanto ensayarlo en mi casa a la sombra del árbol de ciruelas amarillas, que todavía extraño.
Cosa rara, no recuerdo muy bien el nombre de mi maestra de primero, es imperdonable, lo se, pero creo que se llamaba Zulma, era alta, pero a mi todos me parecían altos... aún ahora... de cabellos negros recogidos y la sonrisa más blanca de toda la escuela.
Para las maestras de los otros grados era momento de reencuentro con nombres conocidos y rostros conocidos, como José, Leticia la hija de la directora, Roberto el que me enseñó a jugar a la manganeta con pedacitos de ladrillo pulido, en la rueda del patio, Fredy, quien al pasar a mi lado me gritaba Riiiiiiiiiiiiiiiiii en el oído, sólo para que yo fuera con la queja a la maestra.
Día de empezar a cantar el Himno, de llenarnos el espíritu con los poemas y el arte en declamación del Sr. Fonseca, ese hombre siempre vestido de oscuro que recorría todas las escuelas del país.
El primer día fue de conocimiento entre quienes pasaríamos gran parte de nuestra niñez entre olores a grafo, (ese olor particular de las escuelas), entre germinadores, olores a tiza y a moñas azules y túnicas almidonadas.
Fue el primero de muchos días, pero sin dudas el que te queda en el recuerdo para siempre, porque es el inicio del mágico mundo del conocimiento.
EL PRIMER DIA
Author: Espejo del Alma /
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